domingo, 25 de enero de 2015

Cefo (Cercopithecus cephus)




 Parque Nacional Bwindi Impenetrable Forest, Uganda, 2010

A primera hora de la tarde salí a caminar por un sendero que recorría la selva. Hacía calor y las cigarras cantaban con entusiasmo. Recreaba mi vista admirando los helechos arborescentes, las diversidad de  cortezas y del follaje de los árboles, así como las formas globosas de sus copas mientras intentaba ir identificando las diferentes especies de aves que lograba ver. Noté un movimiento  en lo alto de un árbol emergente de la selva y vi como un mono corría rápidamente sobre una rama horizontal  y se lanzaba al aire cayendo sobre otra rama situada varios metros mas abajo. Otros corrían por distintas ramas: eran mis primeros monos cefos. Su cara azul era muy visible y me sorprendió el color rojizo vivo de sus colas, por lo que comúnmente se les conoce como monos de cola roja. Son muy activos y da gusto verlos en su deambular por la selva.



EL Parque Nacional Virunga, Congo, contiene gran diversidad de paisajes. Aparte de los volcanes que le dieron nombre, hacia el Norte se ven pintorescas escenas  de verdes montañas y mosaicos de selva y sabana, porque es el encuentro de dos grandes biomas: la sabana hacia el Este y la selva ecuatorial hacia el Oeste. La ruta entra y sale del parque nacional y se pasa por pintorescas aldeas de barro y  extensos bananales. Por la mañana se veían muchas mujeres y niños yendo a trabajar al campo. Pasamos por hermosos paisajes de sabana  salpicada de altas acacias donde el pasto estaba muy verde y tenía la altura de un hombre. Hacia el Norte y el Oeste teníamos altos cerros.


El mono de cola roja es abundante en este parque nacional y varias veces pude ver grupos de estos vivaces animales, tanto formando grupos puros, como en compañía de otras especies de monos. El vehículo en el que íbamos acababa de atravesar una zona selvática y sobre la ruta había algunos monos de cola roja que pasaron por delante nuestro sin mucho apuro. Dieron unos saltos, e inmediatamente se instalaron sobre las ramas bajas de unos árboles a observar nuestro pasaje por sus dominios.
Comenzamos a ganar altura sobre los cerros y poco después llegábamos al emotivo paraje Mai ya moto donde una placa recuerda la muerte de los primeros guardaparques que perdieron sus vidas defendiendo la integridad del Parque Nacional Virunga. Digo los primeros, porque cuando se puso la placa eran veintitrés, pero en 2010 ya habían pasado largamente los cien .El sitio es bastante elevado y provee una muy buena vista sobre la planicie Rwindi,  que se extiende hacia el Este y llega hasta el Lago Eduardo. Se trata de un entorno donde impera el África salvaje. El Río Rutshuru corre unos metros mas abajo y el murmullo de sus aguas parece una eterna plegaria dedicada a los defensores de la vida silvestre africana. El pasto corto que rodeaba la placa tenía muchas florcitas silvestres rosadas y eso parecía un reconocimiento de la naturaleza hacia quienes habían muerto defendiéndola.  La región seguía siendo peligrosa.
Pocos días entes de mi visita y pocos días después, los rebeldes mataron mas  guardaparques en la misma puerta de entrada del parque nacional. Dos veces nos cruzamos en la ruta con comandos militares. Nunca había visto soldados tan armados y las dos veces fue un alivio constatar que eran del ejército nacional, porque no hay manera de diferenciarlos de los rebeldes hasta que es muy tarde. Varias veces vimos camiones volcados al costado de la ruta y uno cayó  hacia un precipicio, no siendo posible ver el camión por la frondosidad de la selva. Impresionaba la presencia de la muerte contrastando con la paz del paisaje.


Mono de L´Hoest  (Cercopithecus l´hoesti)




Bwindi, Uganda.
El sendero condujo a un arroyito cantarín cuyo lecho de tierra rojiza  quedaba a la vista debido a la claridad del agua. En los claros y en particular sobre piedras y tierra de las márgenes del arroyito había muchas mariposas, en la que predominaban los colores blanco y naranja. Varias, de especies distintas, posaban sobre el excremento de algún animal, cosa recurrente en todas las selvas. La mariposa mas grande era violeta y ostentaba ocelos negros cerca del borde de sus alas. Oí ruido de hojarasca bajo un corpulento y muy alto gomero y al acercarme encontré una familia de unos diez monos de L´Hoest . Este elegante mono de patas relativamente largas, es de color gris oscuro, tiene la garganta y las mejillas blancas, lo que destaca mucho en la selva y que tiene una mancha de color pardo rojizo en forma de silla de montar en la espalda, la que está rodeada de una franja gris plateado, el que también abarca buena parte de la cola, salvo su punta que es gris oscura.


La mayoría de ellos se desplazaban por el suelo, pero otros estaban a baja altura sobre el gomero y arbustos cercanos. Estaban muy tranquilos buscando su alimento y aproveché la oportunidad para observarlos desde corta distancia. Poco después oí a lo lejos voces agudas y supuse que de un momento a otro huirían los monos. Las voces, ahora claramente distinguibles como de mujer, pasaron del parloteo al canto y en el preciso momento en que los monos huyeron  corriendo por el suelo- lo cual me sorprendió, porque pensé que treparían al gomero- reconocí esas voces como de pigmeas. Efectivamente, dos minutos después aparecieron por el sendero cuatro pigmeas Batwa que quedaban semiocultas por largos y gruesos mazos de pasto, tras ellas iba un pigmeo vestido de traje negro. Al pasar a mi lado las mujeres siguieron cantando, quizás ni me vieron, tapadas casi por completo por el pasto que cargaban sobre sus cabezas, el hombre me saludó con un leve movimiento de mano y enseguida desaparecieron de mi vista siguiendo por el sendero de la selva.
Varias veces mas volví a ver a los monos de L´Hoest, pero nunca los llegué a tener tan cerca. Reemprendí la caminata volviendo a bordear el arroyito. Encontré un muy interesante grupo multiespecífico de alimentación, porque estaba compuesto por varias especies de pájaros, un pájaro carpintero y dos ardillas chicas, de cola fina, que tenían cuatro bandas negras sobre el lomo, separadas por bandas claras. Tanto las aves como las ardillas se movían en el suelo y a muy baja altura sobre la vegetación. Comportamientos como éste son algunas de las cosas mas interesantes que pueden verse en las selvas.


domingo, 18 de enero de 2015

Cercopitecos





Foto: Gabriel Calixto

Parque Nacional Kruger, Sudáfrica,  setiembre de 2000.
 Camino por un sendero del campamento ¨Berg-en- dal¨, es mi primer día en África y me envuelve la sabrosa expectativa que todo naturalista siente al llegar a un nuevo continente. El  sol ha comenzado a bajar y las aves, todas nuevas para mí, van reanudando su actividad. La primavera está plena de sus cantos y la suave brisa trae el perfume de las flores; alguno de ellos, curiosamente, me retrotrae a la infancia.
Al llegar a la que será mi cabaña durante dos semanas, salen espantados del porche y de dos árboles cercanos unos quince cercopitecos verdes o monos vervet (Cercopithecus aethiops). Me han recomendado que tenga cuidado de no dejar objetos a su alcance ni por breves momentos. Ya de por si curiosos, los cercopitecos que habitan en los alrededores de los campamentos se vuelven ladronzuelos. Si bien buscan comida fácil, muchas otras cosas las retienen lo suficiente como para ser difíciles de recuperar por sus dueños. Me gustó mucho que fueran tan visibles y que permitieran ser observados desde muy cerca.
Hay machos, hembras, monitos de actitudes cómicas que corren y trepan tras sus madres, juveniles de distintos tamaños y el macho dominante, fácilmente reconocible por el vivo color turquesa de sus testículos. Unos andan por tierra comiendo pasto e insectos, otros deambulan por las ramas de los árboles. Otro permanece vigilando  los movimientos de la gente.
El cercopiteco verde es muy abundante en gran parte de África al Sur del Sahara y junto con el babuino, es el mas fácil de ver de los primates en el Sur del continente. Su hábitat preferido son las sabanas arboladas y sobre todo los bosques que bordean las márgenes de los ríos y arroyos. 

Foto: Gonzalo Nión

Este era mi primer grupo, pero habría cercopitecos en muchas de las mas hermosas escenas pobladas de animales que he tenido  en África. También será un casi seguro acompañante en los campamentos y si se tiene la precaución de no dejar abierta la carpa o cabaña y de no dejar objetos a su alcance, su presencia será muy disfrutable por la viveza de sus expresiones faciales, la gracia de sus movimientos y las actitudes de su vida comunitaria.
Estando en la Reserva Samburu, Kenia, nuestro campamento se encontraba a la sombra de un grupo de árboles de poca altura, en medio de la sabana poblada de acacias y otros arbustos y no lejos del río donde había una vegetación bastante frondosa  de altos árboles. Nuestra cocinera llevada una honda colgando del cuello y estaba por preguntarle para que la tenía, cuando sin dejar de conversar conmigo se la descolgó y apuntando rápidamente lanzó una piedra que dio con precisión en el lomo de un cercopiteco que se había aproximado demasiado a los cubiertos que se secaban al sol.

Foto: J.C.G.


 Conforme con el tiro, rió fuertemente y sacudiendo la cabeza dijo: ¡son simpáticos, pero hay que mantenerlos a raya!
Otra especie de cercopiteco con que el viajero se encuentra, sobretodo en el Este y centro de África,  es el llamado mono azul (Cercopithecus mitis). Tiene varias subespecies entre las que existe gran variedad de pelajes que pasan de un gris plomizo al negro y dorado, pero que siempre tienen una banda blanca o de color claro, recta, a la altura de las cejas. La subespecie mas austral es el llamado samango, es relativamente escaso, o al menos difícil de ver y se parece mucho al cercopiteco verde o mono vervet. Pero es bastante mas grande que la especie anterior, tiene los brazos oscuros y la cola negra.
Busqué bastante a este mono en Kwazulu-Natal y en Mozambique, pero las primeras veces no llegué mas que a ver movimiento de ramas y a oírlo. El primero lo encontré sobre una baranda en el Parque Provincial Hluhluwe-Umfolozi y si bien es parecido al cercopiteco verde lo hallé mas atractivo. Pero donde pude ver muchos de estos monos fue  en las selvas de Uganda y Congo, dado que es básicamente una especie forestal. Esos monos azules, de la subespecie propiamente azulada, son muy lindos. En el interior de la selva, su color general plomizo luce a veces un tono azulado que contrasta fuertemente con la línea blanca que constituye una ampliación de sus cejas. En mis caminatas por la selva nunca pasó mucho rato sin que se dejara ver algún grupo de estos monos y varias veces los vi en la cercanía inmediata de monos de cola roja, colobos de Abisinia, colobos rojos y mangabeys de mejillas grises, pudiendo decirse que componían una misma tropa multiespecífica de primates, lo que constituye un muy interesante espectáculo.

Volcán Mikeno, uno de los Montes Virunga.

En los Montes Virunga habita otra subespecie  del mono azul que se llama mono dorado. Se trata de un bello animal, que si bien mantiene las mismas proporciones que las otras razas geográficas, a primera vista, en la selva, se lo ve tan distinto a los demás monos de la especie que uno pensaría que no merece tratarse de la misma. Su pelaje es predominantemente negruzco, pero su tronco, mitad anterior de la cola, mejillas y la franja de la frente son de un vivo color dorado.
En el Parque Nacional Mgahinga Gorila se organizan caminatas para el avistamiento de este simio. Vive en los mismos volcanes que el gorila de montaña, pero habita a menor altura en sus laderas, sobretodo en la zona donde hay extensos cañaverales.
Participé en una de esas caminatas y fue una muy linda experiencia. Al rato de haber emprendido el ascenso comenzó a soplar un viento bastante fuerte y  supuse que se veían reducidas nuestras probabilidades de encontrarlos, porque el ruido que producen los monos al desplazarse a los saltos en los árboles es muy útil para ubicarlos desde cierta distancia.

Mono dorado. Foto:Michele Ragazzini

Efectivamente, nuestro guía nos explicó eso mismo y añadió que en esta ocasión para encontrarlos dependería casi exclusivamente de los restos de alimento vegetales que los monos dejan. Yo casi había perdido las esperanzas de estar frente a estos  animales cuyas fotografías habíamos apreciado en el centro interpretativo del parque, pero una caminata en un espacio natural es siempre buena. Al principio seguimos un trillo que ascendía el Volcán Mgahinga, pero luego  al llegar a la zona de mas denso cañaveral, comenzamos a seguir a nuestro guía en un trayecto zigzagueante por entre las matas de caña. Al moverlas el viento y entrechocarse unas con otras  producían bastante ruido. Ya estábamos a punto de volver, cuando el joven guardaparque encontró lo que para él eran claras señales de restos de alimento de los monos, comenzó a seguirlos y unos minutos mas tarde llegamos a donde había un grupito. El mismo viento que nos había perjudicado al tapar los sonidos de sus desplazamientos, ahora nos favorecía, porque escapando del zarandeo de las cañas, los monos dorados estaban en la parte media de la vegetación. Acostumbrados a las visitas, permitieron que nos acercáramos mucho, llegando a tenerlos a menos de tres metros de distancia.

lunes, 12 de enero de 2015

Colobo rojo de Zanzibar (Piliocolobus kirkii)






Siempre es interesante ver especies de animales endémicas de determinadas zonas y tanto más cuando son exclusivas de áreas muy pequeñas.
Ese es el caso del hermoso colobo rojo de Zanzíbar que es endémico de la Isla Unguja del archipiélago de Zanzíbar. Es muy llamativo, siendo  blancas las partes inferiores del cuerpo, así como las patas, los largos pelos de sus mejillas y cejas que se prolongan hacia adelante. La parte anterior de su espalda y sus brazos son negros y la parte superior de la cabeza y la posterior de la espalda son de un vivo pardo rojizo.
Tanzania, setiembre de 2010.
El viaje en ferry que une Dar es Salaam con la Isla Unguja de Zanzíbar duró dos horas y media y fue un deleite. Al salir del puerto nos cruzamos con un gran velero de un solo palo y de vela latina, típico de la cultura Swahili, su casco tenía forma de bote,  era visiblemente viejo y lo impulsaba una enorme vela blanquecina remendada en varios lugares. Aquello constituía una visión de otros tiempos. Daba la impresión de que mas allá del horizonte, desde donde venía, el tiempo no había pasado. Llegaba desde el Norte y me dijeron que bien podría estar regresando desde la Península Arábiga, aprovechando la buena temporada de vientos favorables. Ya antes de llegar, la magia de Zanzíbar comenzaba a manifestarse. La cultura Swahili es una extraña mezcla de las culturas árabe, indú y africanas, originada hace cientos de años mediante el transporte de veleros como éste y ya era madura cuando los primeros europeos llegaron a la costa Este de África.


Zanzíbar también tiene otro encanto: en el siglo XIX llegó a ser un clásico sitio donde se organizaban y desde donde se lanzaban las expediciones al interior de África, los nombres de Tipu Tib, Livingstone y Stanley están íntimamente ligados a Zanzíbar.
El índico se lucía con sus tonos turquesa al pasar cerca de unas pequeñas islas de roca de coral y cubiertas de una vegetación achaparrada, pero de la que emergían baobabs y en las que había algunas playas de arena muy blanca.
La ciudad vieja de Zanzíbar, llamada Ciudad de Piedra, constituía un laberinto de callejuelas muy angostas donde es fácil desorientarse. Algunas casas tenían magníficas puertas de madera talladas artísticamente y con incrustaciones de metal, que se comenta es una herencia  india que en ese país se usaba para impedir que los elefantes se refregaran contra ellas. La mayoría de las mujeres vestían burkas, algunas negros, otras de colores uniformes y muchas tenían cierto aspecto de monjas al vestir de negro, tapándose la cabeza con telas blancas. Muchos hombres usaban las túnicas y sombreritos blancos típicos musulmanes. El mercado tenía mas aspecto de asiático que de africano, salvo en el rostro de las personas.
El trayecto desde la ciudad al bosque Jozani es muy lindo y verde, habiendo cocoteros al borde de la ruta por buena parte del camino. Donde no había poblados, predominaba una vegetación achaparrada que daba la impresión de ser plantaciones abandonadas de especias, lo que fuera otrora la gran producción de la isla.
Al llegar al bosque alto vi inmediatamente monos azules, pero de una subespecie muy similar al mono de Loest, sobre el que escribiré mas adelante. Pero para ver a los colobos rojos debí caminar hasta el borde del bosque, donde la vegetación no es de árboles sino de arbustos, que crecen sobre un sustrato lleno de trozos de roca de coral.


Fue entrar a ese bosquecillo seco y verlos. Había colobos por todas partes, pero todos abocados a comer hojas. Eso es lo único que comen y eso los salva de no tentarse con golosinas, lo que pondría en peligro su salud. Y como no esperan nada de los seres humanos, al andar por allí uno los ve realizando su propio comportamiento natural. En mas de una ocasión estuve a punto de pisar la cola de alguno de estos monos mientras observaba los movimientos de otro, porque ellos tienen muy claro quienes son los dueños de casa y por tanto quien es el que debe aprender a comportarse.
Estuve estudiando la distancia que permitían sin sentirse molestos, acortándola cada tantos minutos. Haciendo eso llegué a estar a medio metro de un ejemplar adulto mientras comía y que a diferencia de gorilas y chimpancés no se dignó mirarme a los ojos ni un instante. Teniéndolos así de cerca disfruté de ver las vivas expresiones de sus rostros, que tal como es común en los primates, varían en pocos segundos.
Un hecho muy destacable es que el colobo rojo de Zanzíbar no bebe agua. Toda la que necesita la obtiene de las hojas de los arbustos.

domingo, 4 de enero de 2015

Colobo rojo ( Piliocolobus oustaleti)








Parque Nacional Kibale, Uganda.
Por la tarde, luego de un chaparrón, las mariposas cola de golondrina que son de un color turquesa resplandeciente a rayas negras, otras mariposas naranjas y unas muy grandes amarillas se vieron especialmente activas en un claro de la selva.
En solo dos horas y media de caminata vimos varios grupos de monos, generalmente compuestos por mas de una especie, cosa muy común en la selva ecuatorial africana. En determinado momento, notamos movimiento en el follaje de varios árboles y nos dimos cuenta de que teníamos delante una gran tropa de monos. Al acercarnos con cautela, vimos primero cefos (Cercopithecus cephus ascanius) enseguida se dejaron ver colobos rojos y al lado de ellos mangabeys de mejilla gris (Lophocebus albigena). Es muy difícil contar monos cuando están en movimiento, dado que son muy ágiles y cambian de lugar constantemente, pero sin duda se trataba de al menos  cincuenta.
El colobo rojo es una especie que presenta muchas subespecies y la que me tocó ver, P.oustaleti  tephrosceles , que es la que habita la zona situada mas al Este, es la que presenta menor cantidad de color rojizo en su pelaje. En efecto, se trata de monos grises sin otra marca particular que un color rojizo bastante fuerte en la frente y parte alta de la cabeza.


Me llevaron a ver el resultado de un feliz emprendimiento que consistió en recuperar la selva en mas de tres mil seiscientas hectáreas. Esa área había sido deforestada muchas décadas atrás y tras la desaparición de los árboles toda la superficie fue invadida por el ¨pasto elefante¨ que impedía el crecimiento de nuevos árboles.
Fueron contratados cientos de aldeanos con el fin de obtener semillas de la selva cercana y hacer un vivero. Cuando los arbolitos contaron con cierta altura los trabajadores hicieron pequeños claros en el pasto y los plantaron allí. Visité el lugar a solo quince años del fin de esos trabajos y era maravilloso ver que la selva pudo ser reconstruida en tan poco tiempo. El estrato dominante ya tenía mas de diez metros de alto, había gran variedad de enredaderas en flor y entre ellas abundaban las mariposas. Los presencia de monos y las muchas aves que había, así como los elefantes de selva, cuyas huellas había por allí, se encargaban de seguir incorporando mas  semillas a esa área renovada.
Los cantos de las aves al amanecer  siempre nos traen promesas de un nuevo día de encuentros con animales. En Kibale los cantos de los pájaros eran tantos, que no pude oir las típicas sacudidas a las ramas que hacen los monos al saltar sobre ellas en sus desplazamientos. Por eso descubrí aquella tropa de cuarenta colobos rojos cuando ya estaba muy cerca de mí. Estaban muy activos en tanto buscaban su alimento, que son las hojas mas tiernas y nuevas de los árboles. Con  los largos saltos que daban, el ver a las madres cargando a sus bebés, los  pequeños que ya andaban solos y que a veces se peleaban o jugaban a hacerlo, la observación de esa tropa constituyó un lindo comienzo de jornada.