lunes, 12 de enero de 2015

Colobo rojo de Zanzibar (Piliocolobus kirkii)






Siempre es interesante ver especies de animales endémicas de determinadas zonas y tanto más cuando son exclusivas de áreas muy pequeñas.
Ese es el caso del hermoso colobo rojo de Zanzíbar que es endémico de la Isla Unguja del archipiélago de Zanzíbar. Es muy llamativo, siendo  blancas las partes inferiores del cuerpo, así como las patas, los largos pelos de sus mejillas y cejas que se prolongan hacia adelante. La parte anterior de su espalda y sus brazos son negros y la parte superior de la cabeza y la posterior de la espalda son de un vivo pardo rojizo.
Tanzania, setiembre de 2010.
El viaje en ferry que une Dar es Salaam con la Isla Unguja de Zanzíbar duró dos horas y media y fue un deleite. Al salir del puerto nos cruzamos con un gran velero de un solo palo y de vela latina, típico de la cultura Swahili, su casco tenía forma de bote,  era visiblemente viejo y lo impulsaba una enorme vela blanquecina remendada en varios lugares. Aquello constituía una visión de otros tiempos. Daba la impresión de que mas allá del horizonte, desde donde venía, el tiempo no había pasado. Llegaba desde el Norte y me dijeron que bien podría estar regresando desde la Península Arábiga, aprovechando la buena temporada de vientos favorables. Ya antes de llegar, la magia de Zanzíbar comenzaba a manifestarse. La cultura Swahili es una extraña mezcla de las culturas árabe, indú y africanas, originada hace cientos de años mediante el transporte de veleros como éste y ya era madura cuando los primeros europeos llegaron a la costa Este de África.


Zanzíbar también tiene otro encanto: en el siglo XIX llegó a ser un clásico sitio donde se organizaban y desde donde se lanzaban las expediciones al interior de África, los nombres de Tipu Tib, Livingstone y Stanley están íntimamente ligados a Zanzíbar.
El índico se lucía con sus tonos turquesa al pasar cerca de unas pequeñas islas de roca de coral y cubiertas de una vegetación achaparrada, pero de la que emergían baobabs y en las que había algunas playas de arena muy blanca.
La ciudad vieja de Zanzíbar, llamada Ciudad de Piedra, constituía un laberinto de callejuelas muy angostas donde es fácil desorientarse. Algunas casas tenían magníficas puertas de madera talladas artísticamente y con incrustaciones de metal, que se comenta es una herencia  india que en ese país se usaba para impedir que los elefantes se refregaran contra ellas. La mayoría de las mujeres vestían burkas, algunas negros, otras de colores uniformes y muchas tenían cierto aspecto de monjas al vestir de negro, tapándose la cabeza con telas blancas. Muchos hombres usaban las túnicas y sombreritos blancos típicos musulmanes. El mercado tenía mas aspecto de asiático que de africano, salvo en el rostro de las personas.
El trayecto desde la ciudad al bosque Jozani es muy lindo y verde, habiendo cocoteros al borde de la ruta por buena parte del camino. Donde no había poblados, predominaba una vegetación achaparrada que daba la impresión de ser plantaciones abandonadas de especias, lo que fuera otrora la gran producción de la isla.
Al llegar al bosque alto vi inmediatamente monos azules, pero de una subespecie muy similar al mono de Loest, sobre el que escribiré mas adelante. Pero para ver a los colobos rojos debí caminar hasta el borde del bosque, donde la vegetación no es de árboles sino de arbustos, que crecen sobre un sustrato lleno de trozos de roca de coral.


Fue entrar a ese bosquecillo seco y verlos. Había colobos por todas partes, pero todos abocados a comer hojas. Eso es lo único que comen y eso los salva de no tentarse con golosinas, lo que pondría en peligro su salud. Y como no esperan nada de los seres humanos, al andar por allí uno los ve realizando su propio comportamiento natural. En mas de una ocasión estuve a punto de pisar la cola de alguno de estos monos mientras observaba los movimientos de otro, porque ellos tienen muy claro quienes son los dueños de casa y por tanto quien es el que debe aprender a comportarse.
Estuve estudiando la distancia que permitían sin sentirse molestos, acortándola cada tantos minutos. Haciendo eso llegué a estar a medio metro de un ejemplar adulto mientras comía y que a diferencia de gorilas y chimpancés no se dignó mirarme a los ojos ni un instante. Teniéndolos así de cerca disfruté de ver las vivas expresiones de sus rostros, que tal como es común en los primates, varían en pocos segundos.
Un hecho muy destacable es que el colobo rojo de Zanzíbar no bebe agua. Toda la que necesita la obtiene de las hojas de los arbustos.

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