Estimados lectores:
La próxima publicación de este blog será hecha tras un período o tras un entreacto de dos meses. Así que, si todo sale bien, a mediados de abril continuaré compartiendo con ustedes los Animales de mi vida.
Hasta entonces.
Juan Carlos
Escribo sobre mis encuentros con animales, siguiendo el orden aparecido en La Enciclopedia de los Animales
lunes, 16 de febrero de 2015
Mono Araña (Ateles geoffroyi)
Chiapas, México,
1987.
Caminando por un suburbio de Tuxtla Gutiérrez noté que en el
fondo de una casa había un primate encadenado a un árbol seco. Me aproximé y
pedí permiso para verlo de cerca. Era un hermoso ejemplar macho de mono araña.
Presentaba el pelaje colorido de la subespecie
A.g. yucatanensis, siendo pardo
rojizo claro en las partes superiores, muy oscuro en brazos y parte superior de
la cabeza, gris claro en las partes ventrales y casi blanco en cuello y
garganta. Cuando me acerqué se movió un poco, se paró en dos patas y al abrió
los brazos, con lo que pude darme cuenta de que era un animal bastante grande.
Me pregunté para que lo tendrían, porque al igual que otras veces que he visto
monos enjaulados o encadenados, sus dueños no parecían sentir aprecio por él.
El Mono araña sufre la mano del hombre mas que otros simios, porque no
solamente es cazado para ser comido, o para ser tenido como mascota, sino que
su exigente dieta de frutos los obliga a necesitar superficies de selva mas
amplias que otras especies. Y la selva va desapareciendo en todo el mundo.
Parque Nacional
Guanacaste, Costa Rica, setiembre de 1997.
Una mañana realizamos una muy provechosa cabalgata.
Deambulamos varias horas por el bosque seco típico de Guanacaste. Realizamos
bajadas y subidas en las que los caballos demostraron su destreza para
transitar entre rocas y donde no se veía bien el suelo debido al denso estrato
de hierbas y helechos que dominaba algunos sitios.
Debíamos abrevar los caballos y nos dirigimos al Río
Tempisque, en cuyas amplias pozas de agua clara se veían grandes peces. Allí
los árboles eran altos, formando un
bosque umbrío y nuestro pasar llamó la atención de un grupo de unos veinte
monos araña. Varias hembras cargaban sus críos a espaldas, lo que no parecía
constituir el mas mínimo impedimento en sus desplazamientos. Detuvimos los
caballos y se aproximaron con elegantes y elásticos movimientos. Tras un par de
minutos, quizás habiéndonos analizado lo suficiente, alguno de ellos emitió una
voz, sin duda una clara orden de retirada y nos abandonaron en pocos segundos,
siendo un deleite asistir a la agilidad y destreza de sus movimientos.
La franja costera era
un lugar de hechizo. Parte de su encanto consistía en que no se podía llegar en
vehículo. De hecho, el jeep que nos acercó desde las instalaciones principales
del parque nos dejó a varios kilómetros, habiendo transitado a los resbalones
por una huella barrosa en la selva. Luego debimos trepar un cerro, caía la tarde. Desde
su cumbre redondeada presenciamos ese espectáculo que tanto fascina al hombre:
ver un atardecer desde un sitio magnífico.
A nuestras espaldas, desde donde habíamos llegado, había una
sucesión de colinas selváticas, delante el Océano Pacífico. A nuestra izquierda la
extensa Playa Naranjo, única, por tener a buena distancia de la costa una gran
roca redondeada, la Roca Bruja, que, impactada por cada ola, las divide a cada
lado. Detrás de la playa un manglar y luego la selva.
A nuestra derecha, el declive del cerro donde estábamos, una
planicie selvática y algo mas lejos otro cerro, enmarcando entre los dos a la
pequeña y mágica Playa Nancite, hacia donde nos dirigíamos. El sol se ponía y
debíamos continuar camino cerro abajo, no sin antes fijar en nuestras memorias toda esa belleza
de naturaleza virgen para recordarla una y otra vez con el devenir.
Temprano por la mañana, justo antes de la salida del sol,
caminé los escasos ciento cincuenta metros que había entre la vivienda del
guardaparque y la playa y en ese trayecto por la selva encontré, o fui
encontrado, por una familia de monos araña que contaba con unos diez miembros
de distintas edades. Se trataba de la subespecie A.g.
geoffroyi , que es de pelaje
pardo uniforme. De inmediato quedé fascinado con la gracia de estos seres. No
solamente demostraban curiosidad por mi, lo cual creo que siempre gusta al
observador de los animales, sino que sus movimientos, tanto al desplazarse
lentamente, como con rapidez, tenían una
elegancia que no he vuelto a ver en otros monos. En un breve lapso de tiempo
pude ver sus diversas maneras de desplazarse. Caminaban en dos patas sobre las
ramas gruesas, pero teniendo la precaución de haberse asido previamente de una
ramita con sus colas, se desplazaban colgados de los brazos, se balanceaban colgados
de la cola, siempre tomados por al menos un miembro y la cola, como tomando la
precaución de no caer.
Al regresar de la playa, la riqueza de especies de esa zona
se hizo evidente cuando sobre los mismos árboles donde habían estado los monos
araña encontré otra familia de monos, pero esta vez se trataba de capuchinos.
Al irnos de Playa Nancite decidimos tomar otro camino y en
vez de volver a subir el cerro que la separa de Playa Naranjo, ir bordeando la
costa.
El sendero deambulaba por la selva hasta que se abrió la
vegetación y quedamos sobre un pequeño acantilado de piedra que bajaba hasta el
mar. Lo bajamos sirviéndonos de una cuerda que estaba allí para esos efectos y
comenzamos a caminar sobre los vestigios del espacio rocoso que nos permitiría
ir bordeando el cerro. Algunas olas cortaban el paso momentáneamente, pero
teníamos la esperanza de que nos dejaran realizar todo el paso si lográbamos
continuar desplazándonos pegados a la pared. Un par de veces subimos por el
acantilado unos metros para evitar ser golpeados por olas visiblemente mayores
que las demás y cuando mas dudábamos de poder completar el recorrido sin ningún
incidente, divisamos la Roca Bruja y poco después el acantilado terminó.
Habíamos llegado a la Playa Naranjo.
En la arena había huellas de jaguar, de coyote y de ciervo
de cola blanca.
Sobre uno de los árboles que bordeaban la playa, había dos
monos araña. Nos aproximamos, uno de ellos se acercó al otro y lo abrazó
mientras ambos nos miraban con el mismo interés que nosotros a ellos. Fue una
hermosa escena que pintaba lo lindo de la amistad.
Otras hermosas escenas con monos araña las tuve varias veces
en el Parque Nacional Tikal, Guatemala, donde eran muy abundantes, en algunas
de ellas estos elegantes monos aparecieron en la cercanía de los enigmáticos
templos Mayas.
domingo, 8 de febrero de 2015
tití (Saguinus niger)
Isla Trambioca, delta del Amazonas, Pará, Brasil 1980.
El barquito avanzaba
lentamente y haciendo mucho ruido por un canal natural que separaba dos islas.
La vegetación, frondosa, pero menos alta de lo que esperaba encontrar en la
selva amazónica, era si, de un verdor supremo y la sombra de los árboles,
cargados de enredaderas nos aliviaba del calor del mediodía. El canal era
sinuoso y un par de veces cruzamos caboclos que iban en sus canoas de tronco
ahuecado. Si bien los árboles imperaban en ambas orillas y hacían suponer que
la selva se extendería a cada lado, había muchas cabañitas de madera y techo de
hojas de palmera, todas construidas sobre postes, de mayor o menor altura según
la distancia a la orilla. Algunas eran palafitos metidos en el agua y todas
tenían muellecitos, a cada lado se veían
pintorescas escenas que me hacían fantasear con que el hombre puede
vivir en armonía con la naturaleza.
A la media hora de navegar por allí el canal desembocó en un
brazo del río mucho mas ancho, dejando atrás las islas que bordeáramos y frente
nuestro quedó otra, pero no cubierta de selva sino de manglar. Doblamos hacia
el Oeste, teniéndola a estribor por un buen rato, hasta que desembocamos en
otro brazo del río mas ancho aún, volviendo a tener frente a nosotros otra isla
de selva alta. Viramos al Norte y navegamos con su costa a babor. A los veinte
minutos el motor fue apagado y dejar de oírlo fue un alivio, en tanto seguimos
avanzando con la inercia un poco mas hasta detenernos al tocar la arena. La continuidad
de la vegetación arbórea en la orilla de la isla, o mejor dicho, en todo el
trayecto desde que saliéramos de Belém dos horas y media antes, me daban
motivos para pensar que podría ver muchos animales durante mi estadía allí.
Pisando la isla por primera vez.
A pocos metros de la orilla de aquel brazo de río que se
llamaba Carnapiyó, había dos casitas y un claro donde estaban los cultivos.
Hacia atrás algunos cultivos mas intercalados con sectores de capueira –
regeneración natural de la selva- de diversas alturas, por tener distinto
tiempo de haberse dejado de plantar en ellos. A ambos lados y al fondo
comenzaba la vegetación primaria que presentaba una atractiva silueta con sus
altos árboles emergentes y palmeras.
Al amanecer siguiente
hice mi primer ingreso en aquella selva en compañía de un veterano conocedor
que trabajaba en los cultivos. Antes de entrar vimos como salían de su interior
algunos tirabuzones de vapor que se desintegraban pocos metros mas arriba de
las copas de los árboles. El rocío había mojado las hojas y al rato de
transitar por una picada ya estábamos empapados. No hacía calor, pero la
seguridad de comenzar a tenerlo un par de horas después ayudaba a quitarle
importancia al hecho de pasar un poco de frío.
Al principio no se veían colores, todo, o sea, troncos,
ramas y hojas lucían oscuros, contrastando con el gris claro del cielo que se
veía a través de las copas. Pero ya entrada la mañana, la selva comenzó a
regalarnos el rojo de las flores de Heliconia, los diferentes verdes y el
colorido de las mariposas que pululaban en los claros. Un par de veces pasamos
por debajo de jacarandáes, a juzgar por la cantidad de flores lilas que había
sobre la hojarasca del suelo.
Vemos los primeros titíes.
En determinado momento oímos un chillido y mi
acompañante dijo: ¨macacos¨. Nos pusimos debajo del árbol de donde había
provenido aquel sonido y vimos movimiento en la copa y las correrías de tres o
cuatro titíes que desaparecieron de inmediato. Hasta entonces nunca había
estado frente a ardillas en libertad, pero por lo que había visto en películas,
me dio la impresión de que los titíes tenían mas de esos roedores que de
simios.
A lo largo de mi permanencia allí, varias veces mas encontré
titíes en esa isla, pero como eran esquivos, se desplazaban sobre ramas muy
altas y sobretodo que no contaba con binoculares, nunca pude apreciarlos bien .
Los únicos que pude ver con detalle fueron los que vi una vez en el puerto
Ver-o- peso, en Belém, donde atracábamos. Allí se juntaban muchos barquitos que
venían de diversas partes del delta y algunos, además de verdura, fruta o
pescado, transportaban animales
silvestres para la venta.
domingo, 1 de febrero de 2015
Babuínos
Hay varias especies de babuinos. La del Sur de África y que
por el Norte llega hasta las inmediaciones del Río Zambeze en Mozambique es el babuino Chacma ( Papio ursinus) que llega a pesar cuarenta y cinco kilos en el
caso de los machos.
Son abundantes dentro de los parques nacionales, pero
también fuera de ellos y como se alimentan prácticamente de todo, no son
queridos por las poblaciones locales dado que creen que los cultivos han sido
hechos para ellos.
Había leído que pueden ser peligrosos para el hombre, porque
incluso se traban en lucha contra los leopardos, pero no vi que las gente les
tuviera miedo, sino desprecio.
Generalmente andan en grupos de veinte o treinta, pero he
visto algunos mucho mayores y al decir verdad, tanto por su número, como por la
apariencia y actitud de los machos, lo inducen a uno a cambiar el rumbo de la
caminata si la dirección que se lleva va directo a ellos.
Parque Nacional Kruger, 2000. Una mañana, habiendo partido
del pequeño campamento Sweni, realizábamos una de las maravillosas caminatas
silvestres durante las cuales se andaban unos cuantos kilómetros a pie,
siguiendo a un guía armado. Transitábamos por los senderitos hechos por
diversos animales que estaban claramente marcados en la maleza. Debido a que
los animales buscan siempre hacer el mínimo esfuerzo, no subían y bajaban las
colinas, sino que seguían la misma curva de nivel. Al dar la vuelta por la
ladera de una elevación que tenía pintorescos afloramientos rocosos y acacias,
nos encontramos con un arroyo que transcurría por un lecho rocoso. Comenzamos a
seguirlo en dirección de la corriente y no tardamos en encontrarnos con una
tropilla de babuinos que estaban del otro lado. Nos observamos mutuamente por
unos momentos y en el preciso instante en que nuestro guía reemprendió la
marcha siguiendo la orilla, los babuinos comenzaron a caminar siguiendo la
margen del otro lado. Durante unos cuantos minutos, humanos y babuinos seguimos
en fila india las márgenes del arroyo, unos caminando en dos patas y los otros en cuatro,
ambos grupos observándose. La escena parecía la representación de la evolución
de las dos especies, ambas en la misma dirección, ambas especies de simios
separadas por el misterio o la fatalidad que representaba el arroyo.
Los gritos de las manadas de babuinos realmente impresionan.
Cuando los oí por primera vez en la Reserva Hluhluwe-Umfolozi, también en
Sudáfrica, los comparé con una sublevación de presos, porque había ira y hasta
frustración en sus gritos.
Victoria
Falls, Zimbabwe, 2007.
En los alrededores de las Cataratas Victoria había muchos
babuinos. Pocas veces los he tenido tan cerca. No resultaron tener la picardía
de los cercopitecos y si bien andaban entre los visitantes, parecieron moverse
respetuosamente entre la gente y cosa rara, sin esperar nada, o al menos, sin
robar. Los babuinos parecieron ir guiándonos por el sendero que lleva a ver las
cataratas mas grandes del mundo.
Es difícil decir algo sobre las Cataratas Victoria que no
haya sido dicho mejor antes. Pero no puedo dejar de hacer un comentario sobre
ellas, porque escribo sobre animales y paisajes.
Pues bien: las Cataratas Victoria son grandiosas,
impresionantes y hermosas.
Grandiosas por su magnitud, impresionantes por su ruido y el
vacío del precipicio y hermosas por los chorros de agua que saltan de la pared,
por los arcoíris, la roca y la vegetación eternamente regada por agua
pulverizada que se eleva desde el Zambeze. El agua cae desde ciento ocho metros
de altura y el ancho de la catarata es de mil setecientos metros. El Río
Zambeze comienza a caer por una garganta algo mas baja, debido a la erosión que
produce la caída de la mayor parte del
agua, pero el resto del río, que previo a la caída se había explayado,
va cayendo por la larga pared. El observador se encuentra al borde de una pared
opuesta, de la misma altura que la que tiene enfrente con la catarata, pero
separado de ésta por el río va corriendo tumultuoso abajo. El sonido del agua
al caer se mezcla con el del torrente que corre por el angosto cañón, con el
sonido del viento en la copas de los árboles y el resultado produce alegría o mas bien éxtasis
.
.
Las cataratas se encuentran en una inmensa región que está
felizmente protegida y eso permite que haya abundante fauna. Coloridos pájaros
y calaos se alimentaban en de frutos y en las flores naranjas del ceibo
africano, que produce abundante floración antes de que broten sus hojas. Los
babuinos andaban a derecha e izquierda, a menos de un metro de distancia a
veces, cuando estaban encima de ramas, pero evitaban el contacto. Por suerte,
porque con sus bostezos frecuentes mostraban los muy desarrollados dientes que
poseían.
Parque
Nacional Gorongosa, Mozambique, 2000
La segunda vez que oí
los espeluznantes arranques de gritos de los babuinos, en apariencia
realizados por toda la manada, provenían del lugar hacia donde debía emprender una
caminata de treinta kilómetros. Acababa de bajar del bus que me dejó a la
entrada del parque.
Recordé lo que había leído sobre la agresividad de los
babuinos y comencé a moverme pensando que en pocos minutos tendría mi
experiencia propia sobre el asunto. Pero no llegué a verlos, sin duda luego de
los gritos comenzaron a desplazarse hacia mi izquierda quedando ocultos por la
vegetación. Ésta era del tipo conocido como Miombo, compuesta por árboles
bajos, de varias especies, bastante próximos entre sí, que junto a los arbustos
que hay entre ellos componen un bosque bastante
cerrado. Era la estación seca, y desde que había comenzado a transitar
la zona central de Mozambique, se veían incendios de maleza por doquier.
Por muchos kilómetros y hasta que bajé del bus, el paisaje
predominante lo constituían amplios espacios semiáridos, donde el único verde
era el de algunas papayas que crecían entre los pequeños conjuntos de chozas de
paja que se encontraban cerca de la
ruta. Al llegar al límite del área protegida, una vez mas constaté lo que he
visto tantas veces: la enorme diferencia entre el paisaje que crea el hombre y
el natural.
De un lado la aridez y única sombra de unas pocas papayas,
del otro la profusión del Miombo. Hacía
meses que no llovía y el fuego comenzado fuera del parque nacional había
penetrado en él. Los troncos de los árboles estaban parcialmente quemados y
algunos tocones humeaban, caía ceniza del cielo y hacía mucho calor, pero
algunos árboles tenían hojas nuevas como si estuvieran ajenos a esa gris
realidad.
En Gorongosa que quedé dos semanas y tuve oportunidad de ver
babuinos muchas veces. Eran de la especie conocida como babuino amarillo (Papio cynocephalus, de pelaje
amarillento, y que presenta pelos blancos en las partes inferiores del cuerpo.
Lago Nakuru,
Kenia, 2010
El Parque Nacional Lago Nakuru, famoso por la gran población
de flamencos enanos que alberga, está situado a pocos kilómetros de la ciudad
Nakuru, que es la cuarta mayor del país.
Dada la cercanía a la ciudad, muchos kenianos van los fines
de semana a pasar unas horas en la entrada del parque, donde hay un amplio
espacio que parece especialmente diseñado para permitir el solaz de los
vecinos. Allí hay muchos babuinos que constituyen buena parte del espectáculo
de la gente local. Se suben a los techos de los vehículos y pobre del
propietario que deje una ventana abierta. Vi uno bebiendo los restos de una
botella vacía de la exquisita bebida Amarula y me detuve a observar a dos
ejemplares que jugaron largo rato al tobogán, subiendo y dejándose caer
repetidas veces y por turnos por el resbaladizo techo de lata del edificio de
la administración del parque nacional. También había grupos de babuinos en la
zona alta del parque, desde la que se tiene una magnífica vista sobre el lago y
la sabana y bosque que se extiende delante de él. Estos monos eran claramente
los dueños del lugar, pero tenían la cortesía de apenas correrse un poco para
dejarnos apreciar el paisaje desde determinados ángulos. Éstos simios pertenecían a otra especie, ligeramente mayor
que la anterior y que se llama babuino aceitunado (Papio anubis).
También eran de esta especie los componentes de una tropa de
babuinos que tenía sus dominios en un basural que había unos cuantos metros
detrás de nuestro campamento en la Reserva Samburu y que sospecho era
alimentado por un hotel que había no muy lejos.
A diferencia de los cercopitecos que mantenían en alerta a
nuestra cocinera, los babuinos no se acercaban tanto al campamento, pero hacían
guardia permanente en los alrededores. Realmente es un deleite pasar un rato
observando estos monos que son muy inteligentes y una vez me estuve acercando a
esa tribu cuando descansaban, puesto que no permitían nuestra cercanía cuando
estaban activos. Permitieron mi proximidad hasta que uno de ellos emitió un
sonido bastante fuerte, todos se pusieron en alerta y algunos machos se pararon
en cuatro patas y me observaron tan seriamente que opté por retroceder.
También encontré babuinos en plena selva húmeda en Uganda,
lo cual me sorprendió, porque creía que se trataba de animales que habitaban
solamente espacios mas o menos abiertos.
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