domingo, 8 de febrero de 2015

tití (Saguinus niger)







Isla Trambioca, delta del Amazonas, Pará, Brasil 1980.
El  barquito avanzaba lentamente y haciendo mucho ruido por un canal natural que separaba dos islas. La vegetación, frondosa, pero menos alta de lo que esperaba encontrar en la selva amazónica, era si, de un verdor supremo y la sombra de los árboles, cargados de enredaderas nos aliviaba del calor del mediodía. El canal era sinuoso y un par de veces cruzamos caboclos que iban en sus canoas de tronco ahuecado. Si bien los árboles imperaban en ambas orillas y hacían suponer que la selva se extendería a cada lado, había muchas cabañitas de madera y techo de hojas de palmera, todas construidas sobre postes, de mayor o menor altura según la distancia a la orilla. Algunas eran palafitos metidos en el agua y todas tenían muellecitos, a cada lado se veían  pintorescas escenas que me hacían fantasear con que el hombre puede vivir en armonía con la naturaleza.
A la media hora de navegar por allí el canal desembocó en un brazo del río mucho mas ancho, dejando atrás las islas que bordeáramos y frente nuestro quedó otra, pero no cubierta de selva sino de manglar. Doblamos hacia el Oeste, teniéndola a estribor por un buen rato, hasta que desembocamos en otro brazo del río mas ancho aún, volviendo a tener frente a nosotros otra isla de selva alta. Viramos al Norte y navegamos con su costa a babor. A los veinte minutos el motor fue apagado y dejar de oírlo fue un alivio, en tanto seguimos avanzando con la inercia un poco mas hasta detenernos al tocar la arena. La continuidad de la vegetación arbórea en la orilla de la isla, o mejor dicho, en todo el trayecto desde que saliéramos de Belém dos horas y media antes, me daban motivos para pensar que podría ver muchos animales durante mi estadía allí.


Pisando la isla por primera vez.
A pocos metros de la orilla de aquel brazo de río que se llamaba Carnapiyó, había dos casitas y un claro donde estaban los cultivos. Hacia atrás algunos cultivos mas intercalados con sectores de capueira – regeneración natural de la selva- de diversas alturas, por tener distinto tiempo de haberse dejado de plantar en ellos. A ambos lados y al fondo comenzaba la vegetación primaria que presentaba una atractiva silueta con sus altos árboles emergentes y palmeras.
Al amanecer  siguiente hice mi primer ingreso en aquella selva en compañía de un veterano conocedor que trabajaba en los cultivos. Antes de entrar vimos como salían de su interior algunos tirabuzones de vapor que se desintegraban pocos metros mas arriba de las copas de los árboles. El rocío había mojado las hojas y al rato de transitar por una picada ya estábamos empapados. No hacía calor, pero la seguridad de comenzar a tenerlo un par de horas después ayudaba a quitarle importancia al hecho de pasar un poco de frío.
Al principio no se veían colores, todo, o sea, troncos, ramas y hojas lucían oscuros, contrastando con el gris claro del cielo que se veía a través de las copas. Pero ya entrada la mañana, la selva comenzó a regalarnos el rojo de las flores de Heliconia, los diferentes verdes y el colorido de las mariposas que pululaban en los claros. Un par de veces pasamos por debajo de jacarandáes, a juzgar por la cantidad de flores lilas que había sobre la hojarasca del suelo.


 Vemos los primeros titíes.

En determinado momento oímos un chillido y mi acompañante dijo: ¨macacos¨. Nos pusimos debajo del árbol de donde había provenido aquel sonido y vimos movimiento en la copa y las correrías de tres o cuatro titíes que desaparecieron de inmediato. Hasta entonces nunca había estado frente a ardillas en libertad, pero por lo que había visto en películas, me dio la impresión de que los titíes tenían mas de esos roedores que de simios.
A lo largo de mi permanencia allí, varias veces mas encontré titíes en esa isla, pero como eran esquivos, se desplazaban sobre ramas muy altas y sobretodo que no contaba con binoculares, nunca pude apreciarlos bien . Los únicos que pude ver con detalle fueron los que vi una vez en el puerto Ver-o- peso, en Belém, donde atracábamos. Allí se juntaban muchos barquitos que venían de diversas partes del delta y algunos, además de verdura, fruta o pescado, transportaban  animales silvestres para la venta.

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