Isla Trambioca, delta del Amazonas, Pará, Brasil 1980.
El barquito avanzaba
lentamente y haciendo mucho ruido por un canal natural que separaba dos islas.
La vegetación, frondosa, pero menos alta de lo que esperaba encontrar en la
selva amazónica, era si, de un verdor supremo y la sombra de los árboles,
cargados de enredaderas nos aliviaba del calor del mediodía. El canal era
sinuoso y un par de veces cruzamos caboclos que iban en sus canoas de tronco
ahuecado. Si bien los árboles imperaban en ambas orillas y hacían suponer que
la selva se extendería a cada lado, había muchas cabañitas de madera y techo de
hojas de palmera, todas construidas sobre postes, de mayor o menor altura según
la distancia a la orilla. Algunas eran palafitos metidos en el agua y todas
tenían muellecitos, a cada lado se veían
pintorescas escenas que me hacían fantasear con que el hombre puede
vivir en armonía con la naturaleza.
A la media hora de navegar por allí el canal desembocó en un
brazo del río mucho mas ancho, dejando atrás las islas que bordeáramos y frente
nuestro quedó otra, pero no cubierta de selva sino de manglar. Doblamos hacia
el Oeste, teniéndola a estribor por un buen rato, hasta que desembocamos en
otro brazo del río mas ancho aún, volviendo a tener frente a nosotros otra isla
de selva alta. Viramos al Norte y navegamos con su costa a babor. A los veinte
minutos el motor fue apagado y dejar de oírlo fue un alivio, en tanto seguimos
avanzando con la inercia un poco mas hasta detenernos al tocar la arena. La continuidad
de la vegetación arbórea en la orilla de la isla, o mejor dicho, en todo el
trayecto desde que saliéramos de Belém dos horas y media antes, me daban
motivos para pensar que podría ver muchos animales durante mi estadía allí.
Pisando la isla por primera vez.
A pocos metros de la orilla de aquel brazo de río que se
llamaba Carnapiyó, había dos casitas y un claro donde estaban los cultivos.
Hacia atrás algunos cultivos mas intercalados con sectores de capueira –
regeneración natural de la selva- de diversas alturas, por tener distinto
tiempo de haberse dejado de plantar en ellos. A ambos lados y al fondo
comenzaba la vegetación primaria que presentaba una atractiva silueta con sus
altos árboles emergentes y palmeras.
Al amanecer siguiente
hice mi primer ingreso en aquella selva en compañía de un veterano conocedor
que trabajaba en los cultivos. Antes de entrar vimos como salían de su interior
algunos tirabuzones de vapor que se desintegraban pocos metros mas arriba de
las copas de los árboles. El rocío había mojado las hojas y al rato de
transitar por una picada ya estábamos empapados. No hacía calor, pero la
seguridad de comenzar a tenerlo un par de horas después ayudaba a quitarle
importancia al hecho de pasar un poco de frío.
Al principio no se veían colores, todo, o sea, troncos,
ramas y hojas lucían oscuros, contrastando con el gris claro del cielo que se
veía a través de las copas. Pero ya entrada la mañana, la selva comenzó a
regalarnos el rojo de las flores de Heliconia, los diferentes verdes y el
colorido de las mariposas que pululaban en los claros. Un par de veces pasamos
por debajo de jacarandáes, a juzgar por la cantidad de flores lilas que había
sobre la hojarasca del suelo.
Vemos los primeros titíes.
En determinado momento oímos un chillido y mi
acompañante dijo: ¨macacos¨. Nos pusimos debajo del árbol de donde había
provenido aquel sonido y vimos movimiento en la copa y las correrías de tres o
cuatro titíes que desaparecieron de inmediato. Hasta entonces nunca había
estado frente a ardillas en libertad, pero por lo que había visto en películas,
me dio la impresión de que los titíes tenían mas de esos roedores que de
simios.
A lo largo de mi permanencia allí, varias veces mas encontré
titíes en esa isla, pero como eran esquivos, se desplazaban sobre ramas muy
altas y sobretodo que no contaba con binoculares, nunca pude apreciarlos bien .
Los únicos que pude ver con detalle fueron los que vi una vez en el puerto
Ver-o- peso, en Belém, donde atracábamos. Allí se juntaban muchos barquitos que
venían de diversas partes del delta y algunos, además de verdura, fruta o
pescado, transportaban animales
silvestres para la venta.
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