lunes, 22 de diciembre de 2014

Chimpancé ( Pan troglodytes)









Uganda, setiembre de 2010.
Ya había tenido oportunidad de oir los fuertes gritos grupales que hacen los chimpancés, tanto en el Parque Nacional Bwindi, como en el Queen Elizabeth, pero lograr ver a esos animales es mucho mas difícil. Según me dijeron los guardaparques, es casi imposible acercarse a los chimpancés sin ser visto y como son reacios a tener intrusos en sus territorios, la mejor, por no decir la única posibilidad de verlos en libertad, es participar en una visita a un grupo habituado a la presencia de turistas.
El sitio recomendado fue el Parque Nacional Kibale, de casi ochenta mil hectáreas de superficie.
Colinas y mas colinas tapizadas de plantaciones de té rodean al parque nacional. La zona norte del mismo la compone una exuberante selva  que cubre colinas y valles, en tanto que la zona sur es un complejo ecotono donde se encuentran la sabana del Este de África con la selva del centro del continente.
Desde las zonas elevadas y donde alguna apertura en la vegetación lo permite, se dan hermosas vistas de la sucesión de colinas redondeadas la mayoría, empinadas unas pocas, totalmente cubiertas de selva ecuatorial. Por la mañana, la niebla se retenía en los vallecitos, dejando ver los grandes árboles de los cerros que lucían oscuros cerca del observador, y tenuemente azulados en lontananza.
A las ocho de la mañana emprendimos la caminata por la selva dominada por árboles de hasta cincuenta  y cinco metros de alto, muchas palmeras y gran variedad de helechos. Los mas grandes árboles tenían sus troncos ampliados en sus bases por raíces tabulares y toda la vegetación estaba muy verde gracias a que ya había comenzado la estación de las lluvias.
Se estimaba en mil trescientos ejemplares la población de chimpancés dentro del parque nacional, pero pese a eso no son fáciles de ubicar.
Si bien cada chimpancé se reconoce y fundamentalmente, es reconocido por los demás por  formar parte de una tribu (la que buscaba nuestro rastreador estaba compuesta por ciento veinte individuos), rara vez andan todos juntos. Los componentes de la tribu se separan y andan por unos días a veces solos y a veces en grupitos, y es por eso que lleva un trabajo de cinco años terminar de habituar a los chimpancés a la presencia de visitantes.
Como a la hora de deambular por la selva encontramos los primeros  cinco ¨nidos¨ de chimpancés que son camas de ramas y hojas que hacen sobre los árboles para pasar las noches.  Cada noche hacen una cama nueva y por eso son un rastro inequívoco de su presencia en determinado lugar. No se trata de algo muy elaborado y por ello con el correr de los días las camas se van deshaciendo, tal como atestiguaban otros dormideros que encontramos en diferentes estadios de desintegración.
Un par de veces oímos a lo lejos los gritos escandalosos de grupos de chimpancés y para nuestra sorpresa el guía no se dirigió hacia ellos. Se trataba de otra tribu no habituada a recibir visitas y por ende hubiera sido inútil pretender verlos.
En cierto momento oímos unos leves ruidos a media altura sobre un árbol y encontramos una cría de chimpancé que nos miró sin mucho esmero y algo mas arriba, sobre el mismo árbol, apareció su madre un momento después. Se juntó a su hijo y nos miró con cierto desdén.


No mucho rato después encontramos un chimpancé niño que estaba sentado sobre un tronco caído. Le pasamos muy cerca y nos miró con gran curiosidad. No vimos a su madre, pero no estaría solo.
A eso de las diez y media de la mañana oímos algunas vocalizaciones de chimpancés que estaban muy cerca y así llegamos a la base de un gran sicomoro cuyas gruesas ramas se extendían horizontalmente cubriendo una gran superficie. Distribuidos sobre el árbol había diez chimpancés machos, entre ellos el jefe de la tribu. Nos comentaron que tenía cuarenta años y que su nombre era Mobutu. Tenía el mentón blanco y tanto su espalda como sus patas traseras estaban cubiertas de pelo gris plateado, atributo de los ejemplares maduros.
El árbol estaba lleno de sus frutos amarillos del tamaño de una pelota de golf, algunos saliendo en racimos incluso  desde las ramas gruesas  y los chimpancés los recogían, ya estando sentados o yaciendo acostados boca abajo a lo largo de las ramas. Derrochaban muchos, dejándolos caer luego de una mordida o dos y orinaban abundantemente sin cambiar de posición. Cuando nos percatamos de eso, tuvimos cuidado de no quedar debajo de uno de ellos, porque era evidente el poder diurético de esa fruta.
Pero en la selva nada se desperdicia y la abundancia de trozos de frutos maduros y de orina había beneficiado a muchas mariposas habitantes del estrato inferior de la selva y que gracias a los chimpancés accedían a la azúcar de los frutos maduros y a la sal de la orina. Una de ellas, de mediano tamaño, era totalmente roja, se posaba con las alas abiertas y su potente color era por demás llamativo cuando en sus cortos revoloteos de una fruta caída a otra pasaba por uno de los rayos de sol que se colaban desde el dosel arbóreo.
Uno de los chimpancés de desplazó en cuatro patas por la rama horizontal donde había estado hasta llegar a donde pudo alcanzar las ramas de otro árbol  y con unos pocos movimientos, pero claramente sin apuro, bajó al suelo y pasó por delante nuestro. De inmediato los otros nueve también bajaron el sicomoro por distintos lugares y emprendieron una caminata en fila india.
Delante ellos, peludos, avanzando en cuatro patas, detrás nosotros, vestidos, avanzando en dos. Viéndolos caminar en cuatro patas se apreciaba muy bien el gran desarrollo de su musculatura.
Pasamos por delante de dos chimpancés de cuya presencia no nos habíamos percatado, que estaban sentados en el suelo y que abrazados se acicalaban mimosamente, no dejando esa actividad hasta que pasó el último chimpancé, agregándose ellos dos también a la fila.
 En cierto momento el grupo que seguíamos se cruzó con otra fila que la cortó perpendicularmente y que estaba compuesta por cuatro hembras, cada una de ellas cargando a su cría en el vientre. Al encontrarse ambos grupos, se sentaron en el suelo por unos momentos y algunos de ellos, casi dándonos la espalda, nos dirigieron miradas que denotaban recelo, advertencia, cálculo y desconfianza. No encontré en la mirada de los chimpancés la paz que se nota en la de los gorilas.
Luego, retomaron el camino juntos y se abrieron un poco en abanico. Un momento después se unieron otros chimpancés mas, no supimos cuantos, por la falta de buena visibilidad en la selva y notamos que teníamos chimpancés rodeándonos en un semicírculo. En eso oímos un grito agudo y se lanzó la típica algarabía de estos animales, la que fue muy impresionante, porque tras los primeros gritos que parecieron de rabia, vimos como uno de los machos saltó de costado hacia un árbol, golpeando con sus nudillos una raíz tabular e inmediatamente otros cuatro o cinco animales hicieron lo mismo en las cercanías y esos potentes sonidos agregaron un toque de salvajismo al griterío.
Poco después la fila que se había estado desplazando reemprendió la marcha y llegamos hasta donde había tres ejemplares mas que permanecían bastante quietos. Uno de ellos era un macho que estaba parado sobre un arbusto, con los brazos abiertos tomado de lianas y que se encontraba muy cerca del suelo. Estuve muy cerca suyo y me impresionó su gran tamaño.
A lo largo de la caminata sentí que somos muy cercanos a ellos, que somos un poco chimpancés o que ellos son hombres primitivos.  

J.C.Gambarotta Gerona




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