lunes, 15 de diciembre de 2014

Gorila (Gorilla gorilla)







Uganda, agosto de 2010.
Las cinco horas de viaje en el bus desde Mbarara hacia Butogota se hicieron un poco pesadas porque, como es norma en África, solo se parte cuando ya es imposible meter un pasajero mas. Al principio, por la ventanilla se veían hermosos paisajes bucólicos de aldeas, montecillos, cultivos de subsistencia y grupos de las magníficas vacas Ankole de muy largos y gruesos cuernos. Pasadas las tres cuartas partes del viaje, se pasó a una zona montañosa donde la ruta transitaba por sitios increíblemente escarpados. Las plantaciones de bananas se encontraban en sitios donde parecía un milagro que esas plantas pudieran sostenerse y solamente de vez en cuando se veía un árbol de tronco recto, únicos indicadores de que hasta no hace muchos años en esos cerros había imperado la selva. Una gran selva que comenzando por allí, atravesaba el continente llegando hasta la costa atlántica.

Al llegar a Butogota me estaba esperando un chofer con la camioneta del Parque Nacional Bwindi Impenetrable Forest. Al poco rato de salir, apareció delante nuestro el primer cerro cubierto de selva, luego otro mas hacia la derecha y de un momento a otro los cultivos y los claros quedaron atrás. Me sentí inmerso en la realidad que imperó en África central por millones de años.

El comedor comunitario de las cabañas, todo de madera y palos, abierto por tres lados, tenía una terraza que daba a la selva del cerro de enfrente. Había llegado.

A la mañana siguiente me reuní con quienes serían mis compañeros en la caminata y como nos fue asignado un grupo de gorilas que se encontraba distante, subimos a un vehículo y tuvimos un viaje de una hora. Por el camino andaban muchos niños y mujeres que iban a trabajar a los cultivos de las montañas. Todos tenían azadas del tamaño adecuado a sus edades. Una muy pequeña niña cargaba una diminuta.
Había humo por todas partes, pero las plantaciones de té, de color verde brillante y la selva situada a nuestra izquierda mantenían la frescura de la escena. Cuando el camino volvió a ingresar a la selva nos cruzamos con tres jóvenes mujeres pigmeas muy sonrientes de vestido multicolor.
Bajamos del vehículo y un grupo de monos colobos blancos y negros pareció darnos la bienvenida.
Desde muy temprano, dos rastreadores habían estado buscando a la familia de gorilas que residía en esa zona, única manera de casi garantizar que los visitantes puedan verlos. Los habían ubicado y hacia allí nos dirigimos, montaña arriba, siguiendo a nuestro guía.
Muchas lianas, ramas caídas, suelo tapado por miles de hojas secas, rocas que afloraban, el pasar junto a los troncos de los árboles cubiertos de musgo, termiteros, gritos de calaos, todo prometía hacernos disfrutar de las delicias de andar por la selva por un buen rato. Pero a solo veinte minutos de andar nos encontramos con los rastreadores.
Nuestro guía hizo un repaso general de las recomendaciones para nuestro comportamiento ante los gorilas. Se escuchó un leve quebrar de ramas, avanzamos dos metros y allí estaban. Cuatro hembras con sus crías de diferentes edades estaban sentadas en diferentes posiciones, una de ellas casi tendida de espaldas y el macho dominante, el espalda plateada, sentado, dominando la escena, observándonos a cada uno de nosotros, por un instante y como al pasar.
Casi enseguida el espalda plateada se levantó, pudiendo notarse su gran tamaño y robustez y seguido por los demás, caminó un poco hacia abajo de la ladera, deteniéndose por fortuna, en un lugar bastante abierto de la selva. Allí pudimos ver a todos los diecinueve miembros de aquella familia mas o menos juntos, porque a medida que unos llegaban otros se desplazaban unos metros siendo ocultados por la vegetación.
Por largo rato vimos simultáneamente al espalda plateada, que permanecía recostado sobre un tronco mirándonos despreocupadamente mientras comía alguna que otra hoja, una hembra amamantaba a su cría de dos semanas mientras la sostenía en brazos, otra  pareció rezongar a su hijo ya grandecito, otras estaban subidas a árboles comiendo frutos de enredaderas, lo mismo que varios chicos de distintas edades, dos de ellos jugando a pelear. Uno muy pequeño se colgaba de una liana jugando con su hermano algo mayor que estaba debajo suyo, un macho de espalda negra subía y bajaba de árboles buscando alimento.

El avistamiento de gorilas es distinto al de otros animales. La mayoría de éstos o huyen o sencillamente ignoran al observador. Pero los gorilas nos miran a los ojos e inmediatamente pasan a ignorarnos. A lo largo de la hora que se le permite a los visitantes estar cerca de ellos, uno puede intercambiar miradas con varios componentes de la familia, los que generalmente no permiten mas que un ligero contacto visual casual. Pero ese no fue el caso con una hembra y con el macho de espalda plateada, quienes me sostuvieron una mirada escrutadora, hasta que yo la bajé en señal de respeto.

 Los gorilas se movían despacio, pero constantemente y quedamos rodeados por ellos.
El macho no dominante, el de espalda negra, avanzó hacia nosotros, se detuvo y asumió la típica postura en cuatro patas en que mejor luce su tamaño, quedando a escasos centímetros de una de los visitantes y a metro y medio de mi. Me agaché un poco y lo miré a los ojos.
Por un momento él fue uno de nosotros y yo fui uno de ellos. La mirada marrón fue la mas tocante expresión de paz, de bienestar, de comprensión y de confianza que puedan transmitir unos ojos.
Ese macho de diez años de edad, luego de caminar un poco mas y de volver a quedar otro momento en cuatro patas, se acostó boca abajo, arrodillado, con los brazos algo estirados y comenzó a mirarse una mano con detenimiento. Recién ahí percibí el enorme tamaño de sus manos. Parecía pedir ser observado y no quise decepcionarlo. También yo me tendí, sintiendo por primera vez en la selva africana esa linda sensación de pertenencia a un lugar que nos da el sentir su suelo. Por un momento él dejó de mirarse su muy larga y ancha mano y volvimos a mirarnos a los ojos.
Creo que hay algunos sentimientos que cuando se expresan pasan de ser sabios a parecer tontos, de ser complejos a parecer simples, y por ende casi no merecen ser mencionados, pero me arriesgaré:
Yo no estaba ¨solamente¨ ante un gorila, estaba ante un ser que tenía mucho mas de humano que de animal. Era un habitante de la selva que nos recibía de visita, sabiendo que con cada visitante que se iba, su selva tendría un aliado mas.

Al cumplirse los sesenta minutos del tiempo permitido para la cotidiana intromisión de los visitantes en la vida de los gorilas, el guía nos invitó a seguirlo.
La fila de humanos iba desapareciendo tras la vegetación y yo seguí un momento mas echado a cinco metros de aquel amigo.
Cuando desapareció el último visitante sentí que a partir de ese momento podría pasar por un intruso, me levanté y me fui lentamente.
No me fui del todo y quise volver a encontrarme entre ellos.

Al otro día me uní a un grupo de nueve guardaparques con quienes haría un patrullaje

de tres días.
La primera noche armamos campamento en la selva de un valle situado entre dos de las muchas montañas del parque nacional. El sitio estaba a unos mil setecientos metros de altura y era habitualmente utilizado por los guardaparques durante las patrullas, lo que era denotado por la existencia de un claro en la selva que apenas permitía el espacio suficiente para tender la lona que oficiaba de carpa. Una cañada de agua cristalina corría entre helechos a escasos metros de allí.
Antes del anochecer, dos de los guardaparques oyeron ruidos cercanos y dijeron que algún animal grande no andaba lejos. Quizás apareciera ante nosotros mas tarde. Tronó y armamos la lona que también cobijó a nuestro fuego, los rifles fueron colocados a la cabeza de nosotros, comimos, y estando ya acostados se contaron fábulas populares de la selva.
Antes del amanecer, dos hombres no aguantaron su curiosidad y salieron a buscar los rastros de aquel animal grande. Pasados quince minutos volvieron al campamento para buscarme.

El sonido de ramaje que habían escuchado lo habían provocado gorilas. Habíamos acampado a doscientos metros de un grupo de ellos. Al llegar vi un macho completamente desarrollado, pero joven, y una hembra. Ambos estaban subidos sobre sendos árboles a unos cuatro metros de altura y comían los frutitos amarillos de una enredadera. Nos ignoraron por completo, lo cual estando entre animales constituye el mejor elogio al observador y luego de unos pocos minutos debimos dejarlos porque esa misma mañana serían visitados por turistas y no era bueno que estuvieran con gente mas tiempo del debido.
Subimos y bajamos varias laderas. La caminata por momentos era extenuante ya que pocas veces transitamos por terreno horizontal. Generalmente andábamos atravesando la espesura y fue durante esa caminata que comprendí la pertinencia del nombre de impenetrable que lleva el parque nacional. Pero algunas veces en nuestro deambular encontramos senderos hechos por los elefantes de selva, muy bien marcados y los aprovechábamos en tanto nos fueran útiles por la dirección que llevaban. Me resultaba increíble como esos senderos tan marcados aparecían y desaparecían en la espesura de la selva, así como lo hacían las huellas, a veces bastante profundas en el barro y unos metros mas adelante no había ni rastro de por donde habría seguido tan grande animal.

Íbamos bajando una ladera y en el fondo de la quebrada se notó el movimiento de las ramas de unos árboles. El jefe de la patrulla ordenó silencio. Un gorila macho joven descendió de espaldas a nosotros y muy rápidamente del árbol donde se encontraba, un gorilita niño ya grandecito se descolgó de su árbol, se notó un movimiento general de ramas y con unos gruñidos y gritos los gorilas se alejaron.
Como la patrulla tomó hacia la dirección opuesta, propuse seguirlos, pero me dijeron que eso no era conveniente. Ese grupo de gorilas se hallaba en pleno proceso de habituación a la presencia de visitantes, llevando solo seis meses de los dos años que demanda. Me dijeron que en el estado actual en que se encontraban, si los seguíamos nos tenderían una emboscada y me aseguraron que esa experiencia no era nada agradable. Luego se rieron porque dijeron que sin duda esos gorilas se habían asustado tanto porque habrían visto mi cara blanca, cuando normalmente solo ven los primeros hombres blancos durante el último mes que lleva el proceso de acostumbramiento.

El tercer día del patrullaje en parte lo pasamos transitando por el borde del parque nacional. Un arroyo bajaba de las montañas selváticas y a partir de cierto punto oficiaba de límite del área protegida. Contra el arroyo, lejos de las demás aldeas, vimos unas pocas chozas totalmente de paja que pertenecían a unos pigmeos Batwa que vimos cerca. De un lado la selva y del otro magníficos paisajes rurales, donde las pequeñas aldeas de la tribu Bafumbira con chozas de barro y techo de paja estaban rodeadas de cultivos de sorgo y boñato que tapaban por completo las laderas. El sorgo estaba siendo cosechado y muchas mujeres lo iban cargando en bolsas, ladera arriba. Mientras descendíamos nos las íbamos cruzando. Algunas de ellas también iban cargando a espaldas sus bebés.
El punto final del patrullaje fue la aldea Rushaga. Allí conseguí que un joven me llevara en moto treinta kilómetros hasta Ntebeko, el pueblo mas cercano al Parque Nacional Mgahinga Gorila, en los volcanes Virunga.

Por el camino pasamos por una zona muy poblada (350 habitantes por kilómetro cuadrado) donde aparte de los adultos, había niños trabajando en la construcción de ladrillos, lo que parecía ser la mayor industria de la zona, aparte de los cultivos.
Desde las cabañas del parque nacional se veían muy bien y bastante cercanos tres volcanes: el empinado Muhabura de 4.127 metros sobre el nivel del mar, el Mgahinga de cumbre algo achatada, de 3.474 metros y la crestada silueta del Sabyinyo de 3.669 metros.
A lo largo del día, con las variantes del ángulo del sol, los volcanes lucían mas o menos detalles, parecían mas o menos cercanos y el monto de niebla de sus cumbres los hacía mas o menos misteriosos.
Y otra vez fui invitado a tomar parte en un grupo que iría a ver gorilas. Esa mañana caminamos tres horas y media ascendiendo hasta los 2.600 metros sobre el volcán Muhabura.
Como la altura del terreno es superior a la de Bwindi, la vegetación ya no tenía el aspecto de selva siempre verde, sino el de la selva nublada, compuesta por menor cantidad de especies, por árboles mas bajos y en general mas oscura.
También aquí utilizamos por algunos trechos senderos de elefantes, encontrando aquí y allá sus huellas y bostas.
No se había adelantado ningún rastreador, y dependíamos de la habilidad de nuestro guía para ubicar a los animales que nos movilizaban. Poco después de haber encontrado los primeros excrementos frescos, nos detuvimos y señaló hacia adelante. Teníamos ante nosotros y a los escasos siete metros reglamentarios tres gorilas machos que dormían, dos de ellos eran espaldas plateadas y el otro un espalda negra. Con el entusiasmo del propio guía pronto estuvimos a solo tres metros del espalda negra, mientras el espalda plateada dominante de cuarenta y cinco años de edad, estaba a unos once metros, viéndose enorme. Estábamos ante el grupo de gorilas llamado Nyakagezi, compuesto por nueve individuos, de los cuales curiosamente tres eran espaldas plateadas. Lamentablemente la caminata había sido larga y llegamos a su hora preferida para dormir la siesta, por ello esta vez, buena parte de la hora permitida para estar con ellos solamente los vimos dormir. Dos individuos mas estaban algo mas abajo y vimos dos crías. Una a caballo de su madre durmiente y la otra, mayor, de dos años y medio, resultó estar durmiendo con su papá, el macho dominante, que estaba acostado boca abajo mirándonos, lo descubrimos cuando salió tras él y se le paró encima.
El padre demostraba mucha paciencia y cariño por la cría que no temía importunarlo mientras daba tropezones encima suyo.
En cierto momento el macho dominante aprovechó que su hijo se había bajado, y se sentó un momento, pareciéndome que era mucho mayor que los otros gorilas que había visto hasta entonces. El arco superciliar era muy desarrollado y las grandes cejas que formaba le daban un aspecto mas serio, y hasta cierto punto feroz a su cara. También su pelaje parecía mas largo y espeso, su cabeza parecía mas grande y sus brazos mas gruesas.
Pasados unos minutos emitió un corto y grave gruñido que me hizo pensar en lo que sería capaz de emitir estando furioso. Eso pareció ser la orden para emprender la actividad, porque todos los demás gorilas comenzaron a moverse de inmediato. Todos se pusieron a buscar hojas para comer.
Seguí al macho dominante que apartándose un poco del grupo, se sentó sobre una roca a cinco metros de nosotros.
Quedé fascinado. Al principio me ignoró. En cierto momento me miró a los ojos seriamente, pero tras unos segundos me pareció que su mirada de seria pasaba a severa y bajé la mia.
Al regresar atravesamos de un salto la fosa de un metro y medio que corría por el perímetro del parque nacional acompañando un muro de piedra para evitar que búfalos y elefantes dañaran los cultivos. Mirando hacia arriba el volcán Muhabura parecía saludarnos entre las zonas ocultas por la niebla y las bañadas por el sol. Mirando hacia abajo y a nuestro alrededor había una sucesión de pequeñas aldeas rodeadas de cultivos  de papa y trigo en terrazas y kilómetros de cercos de piedra volcánica negra. Los niños nos gritaban ¡Mzungu!, forma ligeramente despectiva de referirse al hombre blanco, que al ser oída miles de veces pasa a ser incorporada como un cumplido. En dos lugares, largas filas de mujeres y niñas esperaban su turno para llenar de agua sus bidones, las de estas últimas mas pequeños. Un hombre estaba allí para mantener el orden de la fila y evitar atropellos. Esos chorros de agua cristalina que provenían de las alturas constituían el motivo mas valioso de todos los pobladores de la zona para entender el servicio imprescindible que provee mantener la vegetación natural de los volcanes.


República Democrática del Congo, setiembre de 2010.

Entré al Congo por el paso de frontera Bunagana y al ir en dirección a Goma tuvimos buen rato a la derecha la figura cónica del gran volcán Mikeno, que con sus 4.437 metros es el segundo mas alto de los Montes Virunga. Se trata de una montaña impresionante. El bosque situado entre la ruta y sus laderas estaba regenerándose rápidamente tras los destrozos que hicieran miles de refugiados de la guerra civil pocos años atrás. Ya entrando a Goma, había muchas ruinas de casas que fueron literalmente absorbidas por el catastrófico derrame de lava de 2002. El ver los restos de las casas en medio de esa gran superficie de lava solidificada renovaba la sensación de que estamos a merced de los desastres naturales.
Para llegar a mi próximo destino debía cruzar el Lago Kivú. El barco zarpó de Goma al anochecer y durante mas de una hora se pudo ver el raro espectáculo del resplandor anaranjado de la lava del volcán Nyiragongo, que se reflejaba en la nube que tenía encima.
Llegué a la ciudad de Bukavu poco después del amanecer.
Tomé una de las muchas motos que ofician de taxi y tras andar treinta y un kilómetros por la zigzagueante ruta con cierta preocupación por no caerme llegué al Parque Nacional Kahuzi-Biega, a donde llegué atraído por sus gorilas de llanura orientales.
Las instalaciones del parque nacional tenían una penosa gran cantidad de cráneos de animales, principalmente de elefantes, matados durante el largo conflicto armado que perecía no tener fín.
Poco rato después ya estaba en la selva acompañado de varios guardaparques. Debido al conflicto armado, muy pocos visitantes se aventuraban a ver los gorilas en ese país, pero como los grupos de gorilas una vez habituados no pueden dejar de recibir visitas todos los días, la mayor parte de las veces los guardaparques iban en grupo para cumplir con el ritual cotidiano.

Transitábamos a unos mil setecientos metros de altura y me sorprendí de que aun así estos gorilas, los de Grauer, fueran también llamados gorilas de llanura oriental. Me aseguraron que la mayoría de los estimados en cuatro mil gorilas de esta subespecie vivían realmente en la llanura que empezando mas al oeste llegaba hasta el mar, y solamente unos pocos grupos habitaban las alturas.
De todos modos, si bien la altura imperante sobre el nivel del mar era mayor a los mil quinientos metros, no había cerros que sobresalieran muy por encima de los demás, habiendo muy pintorescas quebradas y valles entre ellos. Me regocijaba al saber que caminaba por la selva mas extensa de África.
Los gorilas se desplazan relativamente poco, en general menos de dos kilómetros entre un día y otro, pero en la selva puede ser muy difícil encontrar sus rastros y en realidad es muy meritorio por parte de los rastreadores el dar con estos animales. Durante la caminata subimos y bajamos varias laderas y tuvimos escenas muy hermosas de los cerros redondeados cubiertos de selva. En una ocasión un pantano de color verde claro interponía su chatura entre los cerros oscuros. Debimos cruzar un par de sitios pantanosos, cruzamos un arroyito y nos metimos en un espadañal que supuse constituiría un pantano igual al que habíamos visto desde lo alto.
Al salir de los árboles oímos el típico golpeteo que hacen en su pecho los gorilas y el jefe de los guardaparques dijo: nos están dando la bienvenida.
Nos adentramos unos metros en el espadañal y allí estaban los gorilas de llanura  comiendo las raíces de las espadañas que arrancaban de un tirón.
Por todos lados veíamos gorilas o el movimiento que provocaban en la vegetación palustre. Hembras con crías y ejemplares jóvenes sobretodo, pero enseguida se abrió paso entre las espadañas el gran macho dominante, llamado Chimanuka. Al principio pareció venir hacia mi, pero luego, dobló hacia mi derecha, pasando a cinco metros. Una vez mas quedé impresionado por su tamaño. Son en realidad estos gorilas y no los de montaña los que alcanzan mayor peso: 275 kilos. Éste bien parecía tenerlos.
Como siempre, los niños gorilas fueron los mas activos, se abrazaban entre si, fingían pelearse y uno de ellos se golpeó el pecho, generando ese tan característico ruido seco, que según se dice, se puede oir a buena distancia.
A lo largo de la hora de la visita pudimos ver al total de los treinta y dos miembros del grupo.

J.C. Gambarotta Gerona














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