domingo, 24 de mayo de 2015

Mono capuchino (Cebus capucinus)




Parque Nacional Cahuita, Costa Rica, setiembre de 1997.
Cahuita era el encuentro de la selva con el Mar Caribe. Yendo en dirección a la playa, los altos y robustos árboles daban paso a algunos cocoteros desde  donde algunas enredaderas querían conquistar el arenal con sus flores lilas. Frente al observador el mar, a sus espaldas, la selva cubría la planicie antes de trepar y poblar cerros. La playa era un arco de varios kilómetros y parecía tan virgen como cuando desde esas costas pudieron haberse visto pasar a lo lejos algunas carabelas.
 Caminaba por un sendero de la selva en dirección a la playa, cuando pasé bajo un árbol sobre el que había  una familia de cuatro monos capuchinos. Éstos eran muy evidentes pese al profuso follaje debido a  la amplia capucha blanca que los caracteriza. Al verme, la hembra apretó contra su pecho a su bebe y un monito que debía  su hermanito mayor hizo muecas de espanto. Ante un chillido del macho los demás se retiraron a una rama un poco apartada mientras aquel me enfrentaba desde arriba golpeando  con ambas manos la rama donde se encontraba. Me detuve a observarlo y se encolerizó mas, golpeando con mas fuerza la rama. Finjí temor ante sus amenazas y el capuchino ganó valentía, comenzando a romper ramitas que dejaba caer. Hice de cuenta que me retrocedía espantado y el animal rompió mas ramitas,  sin intentar, o sin lograr, lanzarlas hacia mi. Actué un poco mas, siguiendo luego mi camino hacia la playa y al darme vuelta  creí ver la satisfacción de aquel valiente mono al haber defendido a los suyos.  La feliz familia volvió a reunirse enseguida.




Río Araguaya, Brasil, marzo de 1981.
Una especie afín al mono capuchino es el caí o machín (Cebus apella), uno de los monos mas comunes en los zoológicos y de los mas fáciles de ver en la naturaleza.  Es muy inteligente y sorprendió a los zoólogos cuando se descubrió  que una población de caíes era capaz de usar piedras, a modo de martillo y yunque para romper duras semillas y almejas de río, siendo el único primate americano del que se tiene noticia que use herramientas. También se sabe que caíes o capuchinos usan palos para escarbar la tierra en busca de tubérculos.

La canoa de tronco surcaba lentamente el Araguaya río abajo. La mañana soleada y la suave brisa invitaban a remar apreciando la vegetación de las riberas. Tendría por delante muchos días así y eso justificaba  grandes expectativas de ver animales en su medio natural. Quedaron atrás las últimas casas de Aruaná, llamada Leopoldina en los libros sobre aventuras del interior de Brasil y sobre ambas márgenes del río pasó a dominar el cerrado. Se trata de un tipo de vegetación casi único de Brasil, pardusco, compuesto por árboles bajos, a veces  dispersos, agrupados otras,  según el lugar, cuyas ramas generalmente son  retorcidas. El cerrado tiene de la selva la belleza de sus árboles y palmeras de muy variados aspectos y tiene del campo sus pastizales, pajonales, pedregales y cactáceas.  Aquí y allá aparecían diversas especies de palmeras, gruesas y altas unas, delgadas y bajas otras. Sobre las márgenes del río dominaba el verde, había árboles altos, algunos bastante gruesos, frecuentemente tapados de enredaderas. Flores que llegaban a tocar el agua, la aparición de una bandada de diez o quince tucanes , y los cantos de los benteveos se intercalaban con los avistamientos de otros animales.


Al poco rato de andar por el río se dejó ver el primer caí, un macho solitario, sin duda viejo, que se desplazaba sobre una rama horizontal llevando la cola enrollada en espiral. De los veinticuatro días de ir descendiendo el río, solamente en uno no vi monos caí. La mayoría de las veces se trataba de familias de no mas de diez o quince individuos, pero llegué a ver grupos de mas de treinta ejemplares. Muy activos, era muy lindo ver a las madres cargando a la espalda a sus pequeños o a éstos ir aferrados al cuerpo de sus madres que los llevaban contra sus vientres. Sus rápidos desplazamientos, sobretodo sus saltos hacia ramas inferiores, producían un típico sonido en la vegetación que a menudo delataba su presencia muchos metros antes de que lograra verlos. Los vi alimentándose de los frutos naranjas del tala trepador (Celtis iguanea) y mas frecuentemente de los frutos alargados y verdes de la Cecropia, los que derrochaban tal como hacen el común de los simios, comiendo solo una parte de cada uno.
No le temían al hombre dado que me miraban con curiosidad el paso de la canoa y varias veces  vi  grupos de caíes a pocos metros de las cabañas de los ribereños.

 Argentina, 1988
También había caíes en la yunga, la selva que cubre la ladera Este de los Andes en el Parque Nacional Calilegua, Jujuy, pero su densidad poblacional era tan baja que apenas pude ver dos pequeños grupos estando allí dos meses. Su alimento preferido parecían buscarlo rompiendo las bromelias epífitas. También era muy baja la densidad poblacional de estos monos en el Parque Nacional Iguazú, el que visité reiteradas veces, tanto del lado argentino como del brasileño, dado que era muy difícil encontrar alguno de estos monos. Cuando lograba verlos me sentía acompañado de amigos en la selva.

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