miércoles, 10 de junio de 2015

Mono aullador



Mono carayá (Alouatta caraya)



Resistencia, Chaco, Argentina, 1977
En las afueras de la ciudad aparecieron muchas casitas, todas iguales, con aspecto de galpones, aunque coloridos. Era el Barrio Toba, gheto de los indios que antes dominaran por esas tierras. Presté atención a las personas que andaban alrededor y me di cuenta de que indudablemente se trataba de indios. Era la primera vez que veía a los nativos americanos, a los nativos desde hace incontables generaciones y por primera vez en la vida me sentí extranjero. A unos tres kilómetros de allí comenzaba un extenso palmar de palmeras caranday de muy variados tamaños y eso me gustó, porque significaba que se reproducían pese a la presencia de ganado. Poco después, al irnos acercando a la orilla del Río Paraná, el palmar fue dejando lugar a un apretado bosque ribereño, húmedo y poblado de lianas. Los contrafuertes de la selva sudamericana, tan variada como amplia, se encontraban muy cerca de la ciudad.
Apareció un enorme puente. Cruzaba el Paraná y unía a Resistencia con su vecina ciudad de Corrientes.
La tarraya fue lanzada en un charco de agua que dejara la ya desaparecida creciente del río y al ser levantado el primero y único lance brilló la plata de una multitud de mojarras. Mi acompañante ya tenía carnada para entretenerse mientras yo realizaba  mi primera cita con la selva subtropical.
Un tucán grande se nos cruzó por encima de la ruta. Un jabirú hurgaba en un charco rodeado de camalotes. Una bandada de cardenillas levantó vuelo en el lugar donde decidimos pasar un rato. El anzuelo fue al agua. La Isla del Cerrito se veía algo hacia el Norte, el río corría tranquilo.
Tomé un senderito de esos que no se sabe si fueron iniciados por vacas o leñadores, pero que son usados por ambos, y comencé a andar despacio preguntándome si ese deleite que sentía sería debido a mi primera vez en algo parecido a una selva, o si tendría la fortuna de seguirlo sintiendo todo el resto de mi vida, porque sabía, no se cómo, que caminaría por muchos lugares silvestres del mundo.
Al bajar el sol comenzamos a oir un extraño y fuerte ruído que venía en oleadas  desde lejos. Primero supuse que era un avión, luego lo descarté al parecerse mas a un rugido. Son monos aulladores, me dijo quien me había llevado hasta allí. Amagué comenzar a caminar en esa dirección, pero el hombre rió. Están muy lejos, quizás a seis o siete kilómetros, esta vez no los verás.



Río Araguaya, Brasil, 1981
Del mismo modo que durante el canotaje por el Río Araguaya vi monos capuchinos casi todos los días, también me fue posible ver muchas veces a los monos aulladores, a los que yo llamaría rugidores.
Sus familias eran siempre poco numerosas y sus movimientos menos ostentosos que los de los caíes, pero era muy lindo ver a los machos todos negros, a las hembras de color beige y algunos machos jóvenes de color ceniciento, o que al menos parecían de ese color a cierta distancia. Los aulladores muchas veces permanecían inmóviles en las ramas de los árboles de las orillas cuando pasaba la canoa, si ésta pasaba muy cerca, se corrían unos metros hacia las ramas superiores, siempre sin perderla de vista. En ocasiones, cuando estaban mas activos, solían desplazarse horizontalmente en las ramas con muy elegantes movimientos que me recordaban a los de los gatos. Era la estación de las lluvias y los monos rugían cada amanecer, a veces hasta bien salido el sol, pero cuando mas lo hacían era cuando se lanzaba un chaparrón sin viento, a cualquier hora del día. Llegué a pensar que rugían como protestando por la caída de mas agua. Un par de veces pasé por debajo de estos monos mientras aullaban y me sorprendió notar que la hembra permanecía escuchando embelezada  al lado de la boca rugiente de su macho,  el sonido era muy fuerte, aunque menos de lo que uno podría pensar para una voz que se propaga tan bien. Ciertamente pude comprobar que los gritos de estos monos son audibles a larga distancia, puesto que a veces comenzaba a escucharlos varios kilómetros antes de verlos río abajo.
Una de las mas lindas escenas que tuve de estos animales fue la de una pareja que estaba abrazada e inmóvil cuando arreciaba la lluvia. La igualdad de sus tamaños, la forma en que encajaban sus cuerpos y la diferencia de color parecía el símbolo del yin-yang. Se protegían mutuamente, era evidente que su amor amenizaba el mal tiempo y frío reinante.
También había aulladores en la isla del delta del Amazonas. Se trataba de otra especie, el aullador de manos rojas (Alouatta belzebul), pero pese a que pasé muchos meses allí nunca pude verlos. Sus aullidos eran mucho menos frecuentes y mucho mas breves que los de los monos carayá y nunca llegué a tiempo al sitio de donde parecían provenir sin que se callaran. Supongo que la tendencia de estos monos a permanecer muchas horas inmóviles, aunado al tupido follaje del dosel de la selva, contribuyeron a que jamás los viera. 


Costa Rica, 1997
En Costa Rica quedé sorprendido con la abundancia de monos. Nunca los había visto en poblaciones de tan alta densidad, siendo muy fácil verlos aun durante cortas caminatas.
El mono aullador que se encuentra en ese país es el mono aullador negro (Alouatta palliata).
Los encontré  tanto en la costa del Caribe, en el Parque Nacional Cahuita, como en la costa del Pacífico, en el Parque Nacional Guanacaste, formando grupos de entre cinco y diez individuos. Generalmente se los veía  manteniendo la típica baja actividad de los aulladores, salvo a la hora de sus rugidos, sobre todo al amanecer cuando aullaban muy cerca de nuestra cabaña, como para asegurarse de que despertáramos y también a la puesta del sol.
Parque Nacional Tikal, Guatemala 2004
En América Central también habita otra especie de estos monos: el  aullador negro de Guatemala (Alouatta pigra), que encontré en el Parque Nacional Tikal. Tanto el macho como la hembra son negros, pero sus crías son pardas.
Cae la tarde en Tikal… Estoy en lo alto de la hermosísima mole piramidal que los arqueólogos, frívolamente, han dado en llamar Templo Número Cuatro… El templo es el centro del mundo. El tiempo se ha detenido.
La selva, esa diosa verde cuyo imperio se desgasta día a día, no se ha enterado del combate que va perdiendo y que se libra unos cuantos kilómetros mas adelante, lejos del horizonte, lejos de la realidad del centro del mundo.
Un grupo de monos aulladores saluda al día que se va, tal como lo han hecho mil generaciones de aulladores en este mismo lugar. Los tres templos cercanos asoman por encima de la selva, ayudando a construir la escena selvática más espectacular.
Una nube solitaria lanza su lluvia permitiendo la existencia de un arco iris. Nada hubiera podido mejorar este paisaje. Esto es paz…  Esto es la razón de la vida. ¿Cómo hay gente que no lo entiende?
Los misteriosos templos piramidales han sobrevivido a sus constructores. Dentro de un tiempo, no importa cuánto, habrá otros seres paseándose entre los muchos edificios que dejaremos. No importa como serán interpretados, lo que importa es que también nosotros desapareceremos y dejaremos mil preguntas sin contestar. Seremos tan enigmáticos como los Mayas.



Macapá, Brasil, 2006.
En la pequeña reserva privada REVECOM, situada en las afueras de la ciudad de Macapá,  a orillas del Río Amazonas, propiedad de un médico, pude ver a otra especie de aullador. Se trataba del aullador rojo guayanés (Alouatta macconnelli), pudiendo allí apreciar la belleza de su pelaje pardo rojizo vivo. El doctor estaba atendiendo a una hembra de esta especie que había pasado mal estando en cautiverio y que había sido decomisada. La mona, de muy brillante pelaje alazán, se abrazaba a ese hombre que la estaba curando y era evidente que aquel viejo aventurero , de cuyos labios había escuchado interesantísimas anécdotas de la selva, sentiría esa mezcla de pena y alegría que nos da devolver a un animal a su ambiente natural. Pena por quizás no volver a verlo, y alegría de haberlo salvado. En esta interesante reserva privada pude verlos por primera vez, pero muchas veces pude oir a estos aulladores rojos estando en la selva de la Guayana Francesa, en 1980. Al igual que me sucediera con los del delta del Amazonas, pese a permanecer un buen tiempo allí no logré verlos nunca. De todos modos, sus potentes aullidos, oídos a la distancia, constituyen parte de los hermosos recuerdos que el viajero conserva de sus días en la selva guayanesa.



No hay comentarios:

Publicar un comentario