Musaraña (Crocidura sp)
Uganda, Parque Nacional Kibale, 2010.
Recién llegado a la ciudad Fort Portal, en el oeste de
Uganda, busqué la zona de los taxis, y pregunté cual de los coches estacionados
que estaban con las puertas abiertas, pasaba por Isunga, donde estaba la
oficina del Parque Nacional Kibale. Me señalaron uno de ellos, corroboré que lo
fuera, porque con tal de conseguir un cliente mas, a uno lo pueden alejar de su destino, y me
senté dentro del auto. Cuando atrás ya
éramos tres personas y adelante una, pensé que partiríamos. Pregunté por que no
lo hacíamos y el chofer me dijo que porque no estaba completo. Al rato subió
una persona mas atrás, luego otra adelante
pero seguíamos esperando. ¡Pero que
apurado y comodón soy ¡ -pensé . Después de todo no hubo que esperar ni media
hora para que quedara completo y pudiéramos partir. ¡Atrás íbamos cinco personas
y adelante tres mas el chofer!. Cuando a
los veintiséis kilómetros me bajé, me
costó poder pararme y caminar.
Lo que motivó mi visita al Parque Nacional Kibale fue que
consiste en un relicto de la otrora extensa selva ecuatorial ugandesa. Luego de
presentarme ante el director del área, me llevaron a conocer uno de los mas
alejados de los ocho puestos de guardaparques.
El principio del recorrido se hizo por el interior del área protegida. El camino se
abría en la vegetación compuesta por muy altos árboles, donde había también muchas palmeras Phoenix
delgadas y elegantes, siendo muy disfrutable transitar a la sombra de la selva.
Desde el jeep vimos monos de L Hoest y de cola roja. Mas adelante y por casi
una hora, tomamos caminos secundarios y luego huellas, que pasaban por muy
pintorescas colinas en la zona de transición entre la selva y la sabana. Era
hermoso ver grupos de chocitas situadas a veces a orillas de la selva, o entre
manchones de selva y sabana, donde cada familia parecía tener sus huertas. En
otras zonas predominaban las plantaciones de té, cuyas apretadas hileras de
arbustitos de color verde brillante subían y bajaban cubriendo a veces por
entero las colinas.
Fue transitando por esos caminos de tierra y huellas, que al
pasar cerca de los cultivos de subsistencia se nos cruzaron varias veces y a
pleno rayo del sol unos pequeños mamíferos negruzcos, alargados, de unos
catorce centímetros y con aspecto de
ratón. Eran musarañas, que cruzaban el camino a gran velocidad, como
decidiéndose a hacerlo cuando el vehículo ya estaba cerca. En África hay mas de
ciento veinte especies de musarañas, pero me resultaron animales enigmáticos,
su vida parecía transcurrir entre los fardos de paja, huertos de las pequeñas
aldeas y senderos. Dada la cantidad de especies que hay, y el hábitat donde las
encontré, era de suponer que fueran muy
abundantes, pero solamente las vi en los caminos y senderos polvorientos
cercanos a la Selva Kibale.
Musaraña elefante de
cuatro dedos (Petrodromus tetradactylus)
Mozambique, Parque Nacional Gorongosa, 2000.
Cae la noche en la sabana. Poco rato después, notamos
un brillo amarillento hacia el
Este, en el horizonte. Una luna enorme y
naranja irrumpe entre las siluetas negras de cientos de palmeras. El calor
comienza a disiparse y en su lugar se asienta la mas agradable temperatura. Los
olores se despegan del suelo polvoriento de la estación seca y se elevan lo suficiente
para alcanzar nuestras narinas. Olor a quemado, por el incendio de pastizal que acabamos de
combatir, olor a polvo, quizás por el
pasaje muy reciente de elefantes y el perfume dulce y penetrante de unas flores
que no vi, y que jamás veré, pero que signaron ese anochecer.
El foco del vehículo nos permite atestiguar breves momentos de la cotidianidad de algunos
animales: de civetas, de una mangosta
gris, de los extraños dormilones de extravagantes plumas blancas larguísimas en
sus alas, que levantan vuelo del sendero a último momento…
Veo un pequeño mamífero pardo que incluyendo la cola no
tendría mas de veinte centímetros y pido detener el vehículo. Sobre la huella quedó
encandilada una simpática musaraña elefante, uno de esos animales que uno tiene
que ver para saber que realmente existen. Su trompita apunta un momento hacia
arriba y enseguida baja un poco, el animalito corre y se sitúa debajo de un
matorral que por suerte es de follaje raleado y permite que la sigamos observando. La musaraña
elefante escarba la hojarasca un momento y luego se aleja definitivamente. Una vez mas África me había dado la oportunidad de encontrarme con otra de sus
encantadoras criaturas.
Musaraña elefante de
Zanzíbar (Rhynchocyon petersi)
Zanzíbar, Bosque Jozani, 2010.
El éxito del cultivo de las especias, hace tiempo ya
decadente, motivó la erradicación de la vegetación nativa de Zanzíbar, a lo que
se agregó la corta de miles de árboles para la construcción de barcos durante
los años de oro del sultanato y de la esclavitud. Caminaba por un sendero del interior del
Bosque Jozani, único relicto existente en todo Zanzíbar de los bosques que
poblaron la isla, cuando noté que se movían unos helechos de los que componían
el denso estrato inferior del bosque. Me aproximé con cautela y a pocos centímetros
de mis pies percibí una cola larga y
naranja que parecía pertenecer a una rata. Me quedé quieto y enseguida pude ver
que esa cola pertenecía a uno de los animales mas extraños que haya visto: se
trataba de una musaraña elefante de Zanzíbar.
Sabía de la existencia de ese animal, porque contaba con la mejor guía
de reconocimiento de los mamíferos africanos, pero igual así me sorprendió el
tamaño y color de esa musaraña. Tendría medio metro de largo entre cuerpo,
cabeza y cola.
No bien pude reconocerla se desplazó hacia adelante
perdiéndose de vista en el denso helechal.
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